martes, 10 de julio de 2012


Primer certamen celebrando el día del Escritor en 
Sabor Artístico 
Junio 2012

Pinturas


Olga Alonso                                            Rosa Liberti                                  Olga Alonso






Textos ganadores


Poesía: Beatriz Belfiore
Narrativa: Graciela Romero


Hacer poesía

Siento que me desnudo en cada verso…
mis emociones se quedan en carne viva.
me pregunto si debo expresar todo eso.
Pero, al fin de cuentas, eso… es hacer poesía.
No imagino a Alfonsina escribiendo de otro modo
ni a Sor Juana volviendo letras lo superfluo.
Hacer poesía es encontrar la palabra justa
que describe un sentimiento.
Es desangrar el alma en cada rima.
Es tomar distancia y salirse de contexto…
pero hacer poesía, también es un pretexto
para sentirme dando besos a escondidas.
No me pregunten si pienso lo que escribo
pregúntenme, si tienen ganas,
si siento lo que expreso.
Porque hacer poesía es, antes que nada,
arrancarle la carne a la conciencia,
con la inspiración brotando de una herida.




Fruta Madura


Sus manos lavan una cara, medio dormida todavía. Al rato, llevan lentamente la taza de mate cocido a la boca, toman el control remoto para encender el televisor. Noticias, robos, accidentes, siempre noticias, otra vez una masacre, zapping por tres canales, violencia entre barras, zapping buscando más noticias, por fin el pronóstico del clima, noticias, armadura necesaria para salir a trabajar, a abrirse paso en eso que está afuera y le llaman mundo. 
Lentamente la máquina se pone en marcha, sus manos abren puertas: de la calle, del garaje, del auto. Una vez instalado, acaricia el volante, enciende la radio, el día que tiene por delante será difícil. Arranca, cruza calles, barreras, semáforos. ¿Sus manos?... Una en el volante, la otra en la palanca de cambios. Llega al lugar elegido. ¿Cómo le irá? Abre una nueva puerta, estrecha manos, hablan de la situación general, discuten precios, hay acuerdos, anota el pedido. Sus manos vuelven a estrechar manos, cerrar puertas, acariciar el volante y seguir su ruta hacia otro cliente. 
Tránsito, barreras, semáforos, calles cortadas, por arreglos o por piquetes, más por piquetes que por arreglos. Media mañana, hora del ministro de turno, sus manos apagan la radio. Nuevo apretón de manos, precios, cantidades, situación general, nunca ausente, pero esta vez no hay acuerdos, no hay venta, ni compra. “No hay problema, paso la semana que viene”. Sus manos anotan en la agenda una nueva cita, vuelven a estrechar manos, a cerrar puertas, a acariciar el volante y a seguir camino. Ahora a la zona sur. Sus manos prenden la radio: se fue el ministro, llegan las noticias: Puente Pueyrredón cortado por movilización. A desviarse del camino y tomar otro alternativo, más largo. Tránsito, barreras levantadas, “a mirar atentamente porque por ahí viene el tren”. Sus manos tiemblan. Semáforos: no siempre funcionan. “Total, por la bolilla que le dan”. Sus manos se aferran al volante. Calles cortadas, por arreglos o por piquetes, más por piquetes que por arreglos. Calles rotas que nadie arregla. “Que van arreglar si son chorros”. Otro desvió por otro piquete, las manos saludan, empáticas tocan bocina. Donde estarán las claves para que algo cambie. Más caminos, semáforo, parada obligada. Se acerca un pibe, con un trapo y un secador: “¿Se lo limpio don?” Su dedo índice le dice no, el pibe limpia igual el parabrisas, su mano busca algunas monedas, la deposita en la palma abierta, se gana un “gracias don”. Calles, barreras, clientes, acuerdos o no. 
Sus manos cierran la puerta del auto, abren la puerta de la casa. 
Durante la cena, se levanta varias veces para ir a buscar algo a la cocina. Ella siempre se olvida de poner la mayonesa o las tostadas, él está tan cansado que ni tiene ganas de pedir, cuesta sacarse la armadura. Sus manos toman lo que hace falta como un autómata. 
Pero a la hora de la fruta, eso sí, a la hora de la fruta nadie lo mueve de su lugar. Ella le alcanza la manzana, una mano la toma por el cabo, después de frotarla en su antebrazo, como caricias dadas al descuido, se detiene a mirar su brillo, aprobando el valor de fruta madura. La acomoda en la otra mano, toma el cuchillo, la parte al medio, luego en cuartos, a esos trozos los corta despacio, en pequeñas láminas, la mira a ella con ojos serenos, la convida como demostrándole que las tensiones del día quedaron atrás. 
Ella le muestra el brillo de sus dientes en cada mordida, saborea, lo mira, sonríe y le señala que elija otra fruta. Él prefiere una mandarina, sus dedos penetran despellejando la cáscara, como desnudándola, reventando el aire con su perfume mancebo. Separa la mitad en gajos, los apoya en el centro de la palma y se los ofrece, entregándole su dulzura, ella mira esa boca mordiendo cada gajo, su lengua nadando en un rio jugoso, como en su boca hambrienta. 
Sus manos la toman por el hombro mientras imagina como el final del día, los rescatará. 

















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