miércoles, 12 de septiembre de 2012




A expensas de una propuesta del foro Abor Artístico, salió esta historia pequeña...tal como su titulo dice, una simple escena... de esas que ocurren a diario y que, tal vez, no le importan más que a sus protagonistas...
Pero no por eso, por pequeñas digo, por invisibles para el resto, menos dignas de ser contadas, no?...

UNA ESCENA SIMPLE...

Melina Flores salió del quirófano echando chispas.
Mientras se sacaba el barbijo y los guantes, Ramiro apareció por la misma puerta que ella había atravesado treinta segundos antes.
— ¡Hey, hey! — Exclamó él sin siquiera tomarse la molestia de quitárselos antes de hablar. — ¿Te parece forma de terminar una cirugía?
— ¡Preguntale a la paciente cuando se despierte de TU anestesia!
— ¿Qué me querés decir?... — Cuestionó él ofuscado.
— ¡Lo que dije! Sólo eso... — Y sin dejar de restregarse enérgicamente las manos bajo el grifo, agregó: — No voy a tolerar ninguna distracción más, Doctor. Linares... ¡Ninguna!
— ¿Usted habla de distracción... Doctora Flores?... Tiene que agradecer que se tratara de una simple apendicitis, que si no...
Ella giró intempestiva empapando el ambo de Ramiro. 
—Si no, ¿Qué?...
Melina lo enfrentó desafiante, y cuando las miradas se cruzaron ávidas, las chispas iniciales se habían convertido en verdaderas llamaradas.
Si cualquiera hubiese entrado en ese preciso instante, habría percibido el ardor que atravesaba la pequeña habitación.
— Mel... — Dijo, al fin, Ramiro. Y aunque su voz sonó perceptiblemente trémula, la mujer comprendió que no era temor lo que la estremecía. — ¿Podemos hablar más tranquilos y fuera de acá?... 
Ella sostuvo la actitud, pero sólo unos segundos más. Muy a su pesar, esos ojos oscuros e interrogantes, la desarmaron una vez más.
— No tenemos nada de qué hablar... — Respondió Melina volviéndose hacia la generosa pileta de acero inoxidable y desgarrando con naturalidad unas cuantas toallas de papel. 
— ¿Estás segura? — Insistió él mientras se apoyaba sobre la mesada buscando nuevamente la mirada huidiza de la mujer.
Ella suspiró.
— De lo único que estoy segura es que estoy cansada... En unos cuantos minutos termina mi guardia y quiero irme a casa, darme una ducha, comerme un sándwich y meterme en la cama por una semana...
— Hay un par de esas actividades que me encantaría compartir... —
Ella sintió una punzada de dolor en la boca del estómago. Nada cambiaría. Nunca. Y esto era lo peor de todo. Pero logró recomponerse, o al menos simularlo, y lo volvió a enfrentar.
— Ramiro... Ya no tengo más ganas de tu juego estúpido. Somos grandes y tu intento de seducción, además de infantil, me parece patético...
Él acusó recibo. Una cosa era verla enojada, o desolada. Pero otra muy distinta era su cinismo.
— ¡Epa!... Hasta no hace mucho te gustaba mi costado seductor... — Intentó sabiendo que aquello emporaría las cosas, pero sin poder evitarlo.
La naturaleza siempre es más fuerte.
Melina lo miró con auténtico desprecio. La rabia y el dolor habían dado paso a una desagradable sensación de repugnancia. No por él. No. La sintió por ella. Y por su incapacidad de tomar una decisión que, por más dolorosa que fuera, al menos sería digna.
Ramiro la observaba con cautela.
Esa mujer, fuerte y férrea en su vocación de servicio, tan sólo unos minutos atrás, había estado a punto de cometer un error que le hubiera costado bastante más que un disgusto profesional. Y comprendió, muy profundo y muy secretamente que él mismo podía llegar a ser la causa.
La conocía desde hacía 5 años y jamás la había visto dejarse conmover por emociones personales o externas y que pudieran complicarle su trabajo. Y la íntima sensación, nueva e inquietante, estaba logrando asustarlo.
— No quiero seguir con esto... — Comenzó a decir Melina guardando la bata en el locker y aprovechando la oportunidad para alejarse de él — Me lastima y me denigra... Porque nunca vas a verme como quiero... Como necesito... Y no voy a permitir que este sentimiento ingrato me invada y me perjudique...
— Mel... 
— ¡No me llames así! — Grito ella sin darse vuelta.
El tono airado y suplicante cortó en seco su intento de acercarse, y se quedó con el brazo extendido a pocos centímetros del hombro de aquella mujer deseada.
Melina lo percibió, y apretó el puño contra la pequeña puerta de metal. Por fin, había tomado la decisión que la permitiera recuperar su vapuleada dignidad.
— Voy a solicitar en dirección un cambio de guardia inmediato. Los miércoles ya no me convienen. — Susurró mientras abría la puerta exterior del quirófano. — En el equipo de los lunes hay una anestesista estupenda y tiene una hoja de servicios impecable. Como yo... 
Las últimas palabras sacudieron al médico que salió de su perplejidad y decidió insistir en el intento de retenerla. L aferró del brazo como nunca antes. 
Ella tensó los músculos y apenas observó aquella mano que tantas veces la había acariciado con intensidad y ahora, tarde y dolorosamente, se volvía suplicante.
Sin soltarse de la puerta, juntó coraje y murmuró las últimas palabras que Ramiro escuchó de ella.
— Doctor Linares... Agradezcamos a Dios o a quien sea que lo de hoy no pasó a mayores. Y ojalá lo tenga en cuenta de acá en adelante... El miércoles que viene hay programada una cirugía cardíaca. No vaya a ser cosa que tenga que lamentar desenlaces fatales y dolorosos...
Cuando salió al pasillo temió que una parte de ella hubiera muerto definitivamente en aquella sala. Pero su espíritu, fuerte y férreo, la obligó a desear que sólo se tratara de una anestesia inadecuada...
Una anestesia que no dejara más secuelas que ese gusto amargo, indeseable y habitual sí. Pero también, afortunadamente, efímero y pasajero...

Leny pereiro

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