Tánatos y eros
El Hospital Interzonal se había convertido en
el curso de dos horas, en un verdadero pandemónium. Los heridos llegaban
arrastrándose o acompañados de algún amigo o familiar; enseguida fue claro que
la cantidad de enfermeros no iba a ser suficiente.
La bomba estalló en el corazón de un concurrido Shopping ese sábado a las seis de la tarde. La Dirección del Hospital convocó a todo el personal médico, paramédico, de apoyo logístico, practicantes de quirófano, sin olvidar a los patólogos de la morgue. Todo aquel que no estuviera de guardia debía presentarse.
Las sirenas no paraban, los televisores de las salas de espera transmitían minuto a minuto vívidamente lo que había sucedido, y estaba aún sucediendo.
Decenas, miles de personas sufrieron el ataque terrorista. Algunos se dirigían a las clínicas particulares; los que quedaron inconscientes, muy malheridos o no tenían cobertura médica eran trasladados de inmediato al Interzonal.
Facundo y Soledad cumplían guardia en cirugía esa tarde. Pero no se enteraron sino hasta media hora después de que comenzaran a llegar los heridos. Se habían encerrado en el cuarto de descanso, y los jadeos les impidieron escuchar los gritos de desesperación.
Muerte y vida se conjugaban en el inmenso edificio.
Cuando terminaron de vestirse, salieron y se separaron, perdidos entre el fárrago de llanto y sangre. Dos días y sus noches tardó en aplacarse la crisis.
Al tercer día, más o menos a las seis de la tarde, ojerosos y agotados, volvieron a encerrarse en el cuarto de descanso.
La bomba estalló en el corazón de un concurrido Shopping ese sábado a las seis de la tarde. La Dirección del Hospital convocó a todo el personal médico, paramédico, de apoyo logístico, practicantes de quirófano, sin olvidar a los patólogos de la morgue. Todo aquel que no estuviera de guardia debía presentarse.
Las sirenas no paraban, los televisores de las salas de espera transmitían minuto a minuto vívidamente lo que había sucedido, y estaba aún sucediendo.
Decenas, miles de personas sufrieron el ataque terrorista. Algunos se dirigían a las clínicas particulares; los que quedaron inconscientes, muy malheridos o no tenían cobertura médica eran trasladados de inmediato al Interzonal.
Facundo y Soledad cumplían guardia en cirugía esa tarde. Pero no se enteraron sino hasta media hora después de que comenzaran a llegar los heridos. Se habían encerrado en el cuarto de descanso, y los jadeos les impidieron escuchar los gritos de desesperación.
Muerte y vida se conjugaban en el inmenso edificio.
Cuando terminaron de vestirse, salieron y se separaron, perdidos entre el fárrago de llanto y sangre. Dos días y sus noches tardó en aplacarse la crisis.
Al tercer día, más o menos a las seis de la tarde, ojerosos y agotados, volvieron a encerrarse en el cuarto de descanso.
Lidy feliz
qué desenmascaramiento para los médicos.
ResponderEliminarExcelente relato.
abrazo
no sé por qué salió anónimo si estoyb registrada. Pruebo otra vez, pero no puedo quedar con mi nombre.
ResponderEliminarLo pongo aquí: susana