miércoles, 12 de septiembre de 2012






 Tánatos y eros


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El Hospital Interzonal se había convertido en el curso de dos horas, en un verdadero pandemónium. Los heridos llegaban arrastrándose o acompañados de algún amigo o familiar; enseguida fue claro que la cantidad de enfermeros no iba a ser suficiente.
La bomba estalló en el corazón de un concurrido Shopping ese sábado a las seis de la tarde. La Dirección del Hospital convocó a todo el personal médico, paramédico, de apoyo logístico, practicantes de quirófano, sin olvidar a los patólogos de la morgue. Todo aquel que no estuviera de guardia debía presentarse.
Las sirenas no paraban, los televisores de las salas de espera transmitían minuto a minuto vívidamente lo que había sucedido, y estaba aún sucediendo. 
Decenas, miles de personas sufrieron el ataque terrorista. Algunos se dirigían a las clínicas particulares; los que quedaron inconscientes, muy malheridos o no tenían cobertura médica eran trasladados de inmediato al Interzonal.
Facundo y Soledad cumplían guardia en cirugía esa tarde. Pero no se enteraron sino hasta media hora después de que comenzaran a llegar los heridos. Se habían encerrado en el cuarto de descanso, y los jadeos les impidieron escuchar los gritos de desesperación.
Muerte y vida se conjugaban en el inmenso edificio.
Cuando terminaron de vestirse, salieron y se separaron, perdidos entre el fárrago de llanto y sangre. Dos días y sus noches tardó en aplacarse la crisis.
Al tercer día, más o menos a las seis de la tarde, ojerosos y agotados, volvieron a encerrarse en el cuarto de descanso.

Lidy feliz

2 comentarios:

  1. qué desenmascaramiento para los médicos.
    Excelente relato.
    abrazo

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  2. no sé por qué salió anónimo si estoyb registrada. Pruebo otra vez, pero no puedo quedar con mi nombre.
    Lo pongo aquí: susana

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